Tuesday, March 6, 2012

Puerto de mercaderías

Cubazuela
Puerto de mercaderías
Jorge Ignacio Pérez
Barcelona 05-03-2012 - 2:59 pm.
Turistas venezolanos viajan a Cuba y no les sellan el pasaporte. ¿Una
práctica habitual?
El arquitecto Seijas Marcano cree haber estado en Cuba, pero su
pasaporte no lo hace constar.
Luis Seijas Marcano es arquitecto. A diferencia de muchos turistas
cazadores de ruinas —que van a Cuba a realizar fotos del derrumbe
general—, el año pasado viajó con el objetivo de tomar el sol en
Varadero y, de paso, echarle una ojeada a La Bodeguita del Medio, en la
Habana Vieja. Nunca había estado en la Isla y, a sus 40 años, pensó que
ya era hora de visitar el país que tanto ha retumbado en sus oídos, pues
Luis es un gran consumidor de música popular bailable, de telenovelas y
de literatura cubana.
Luis se gana bien la vida en Caracas, de donde es oriundo. Sus
proyectos, terminados o a medio hacer, le dejan una pausa para viajar
una vez al año. Así que fue a una agencia especializada —no sería
difícil encontrarla en Caracas— y compró un paquete doble que incluía
transporte aéreo de ida y vuelta y una semana de alojamiento en un hotel
Meliá, en Varadero. Todo por el módico precio de 500 dólares por
persona. Se hacía acompañar de su madre que, venezolana al fin, también
conocía el destino sin haber ido nunca.
En el aeropuerto de Maiquetía esperaban el anuncio del vuelo, por
megafonía o bien a través de las pantallas informativas. Comenzaron a
inquietarse al comprobar que se acercaba la hora sin noticias de la
salida. Por el acento, la manera de gesticular y los giros lingüísticos,
Luis detectó a un grupo de cubanos y les preguntó si tomaban el avión
hacia La Habana. En efecto, llevaban el mismo rumbo. Entonces decidió
seguirlos. A los pocos minutos, él y su madre se encontraban a bordo de
Cubana de Aviación sin que les hubieran chequeado siquiera el asiento.
Estaban en una aeronave de fabricación soviética con un pasillo central
y una fila de asientos dobles a cada lado. El vuelo iba lleno de cubanos.
La sospecha de que aquello parecía un trayecto doméstico se confirmó al
cabo de tres horas y media, cuando aterrizaron. Para asombro de Luis y
de su madre, no desembarcaron en una terminal corriente, sino en una
especie de puerto de mercaderías, parecido a un almacén industrial,
alejado de lo que, según se veía, estarían las instalaciones del
aeropuerto. Allí, como de costumbre en esas últimas horas, decidieron
seguir a las filas de cubanos, que eran mayoría. Y para su asombro, no
se les solicitó el pasaporte. Se les hizo pasar, directamente, a la zona
de recogida de equipaje.
Habían volado junto a neveras, televisores, muebles; en suma, infinidad
de efectos domésticos. Toda aquella mercadería comenzó a salir por una
única cinta transportadora. Como si se tratara de un viaje a otra provincia.
Todavía desorientados, Luis y su madre recogieron sus dos maletas.
La gran ilusión de visitar Cuba quedó convertida prácticamente en un
hecho cotidiano, pero el cuestionamiento político iba más allá de la
aventura. ¿Somos de un país soberano o acaso Venezuela es dirigida desde
adonde acababan de llegar, sin el menor asomo de haber cruzado una
frontera?, se preguntó el arquitecto.
Luis observó su pasaporte una y otra vez, sin hallar el sello que debía
validar que alguna vez estuvo allí.
En Varadero, al día siguiente, él y su madre compraron una excursión a
Tropicana. Durante años, el turista había soñado con ese espectáculo.
Pero resultó que no era el auténtico show, sino un sucedáneo, presentado
en la ciudad de Matanzas, a pocos kilómetros del hotel. Allí, entre
copas de ron y mulatas alegres que bailaban a lo lejos, el arquitecto
continuó pensando en la curiosa terminal de la capital cubana.
Luis había viajado por el mundo, visto muchos aeropuertos
internacionales. A su lado, su madre observaba contenta la coreografía
multicolor cuyos pasos, por la similitud cultural en ambos lados del
Caribe, parecían absolutamente familiares. Los dos recordaron las
palabras del gran Oscar D'León, quien ha dicho incontables veces que si
no fuera por la música cubana, no hubiera llegado lejos. Comentaron,
pues, el estrepitoso viaje del salsero a La Habana, en los años 80,
cuando, nada más llegar a la Isla, aquel hombre se echó de rodillas y
besó la losa de la terminal aérea.
A pesar de los fuertes vínculos culturales, ahora, sin el sello en el
pasaporte, Luis continuaba contrariado. No sabía cómo tomarlo. De
repente, se dio cuenta de un pequeño detalle. No, definitivamente no
estaba en Venezuela. Las bailarinas tenían poco pecho. Hay un aspecto en
el que las cosas no han cambiado, y es que Venezuela, al margen de los
giros dados, continúa siendo una autoridad en materia de silicona.
Aquellas bailarinas, en su país, sin lugar a dudas serían imposibles.
http://www.diariodecuba.com/cuba/9925-puerto-de-mercaderias

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