Friday, February 10, 2012

Hubo una vez en La Habana un Teatro Musical

Teatro

Hubo una vez en La Habana un Teatro Musical

Un documental indaga en las razones por las cuales fue cerrado, hace ya
más de veinte años, un grupo cuyos montajes lograron una gran
popularidad entre los espectadores capitalinos

Carlos Espinosa Domínguez, Misisipi | 10/02/2012

Un buen modo de iniciar este trabajo podría ser la frase con la cual
tradicionalmente comienzan los cuentos para niños. Solo que en lugar de
la conjugación del imperfecto, aquí conviene emplear la del pretérito.
Hubo una vez en la capital de Cuba un conjunto llamado Teatro Musical de
La Habana (TMH). Funcionó durante unos cuantos años y sus espectáculos
alcanzaron una gran aceptación entre los espectadores. Un buen día fue
cerrado, sin que hasta hoy se conozcan con certeza las razones. Hoy es
uno de los tantos inmuebles de cuyo lento pero indetenible deterioro los
habaneros diariamente son testigos.

El TMH tuvo una primera etapa que se extendió de 1959 a 1971. El
repertorio de esos años estuvo integrado, por un lado, por obras de
autores internacionales como Los novios, La tía de Carlos, Irma la
Dulce, Los fantásticos, Tía Meim. De igual modo, hubo una preocupación
por estimular a los creadores cubanos, lo cual dio lugar a que se
estrenaran títulos como Mi solar, Pato Macho, Música para ojos y orejas,
Teatro Loco, Los siete pecados capitales, Las vacas gordas, El
apartamento, El encarne. Se recuperaron además obras del género
vernáculo (Mefistófeles) y se montaron adaptaciones musicales de textos
dramáticos como El vergonzoso en palacio, La Tarumba y Electra Garrigó.
En esa etapa trabajaron en el TMH, Humberto Arenal, Tony Taño, Nelson
Dorr, Jesús Gregorio, Héctor Quintero, Raúl Oliva, Eduardo Arrocha, José
Luis Posada, Alberto Alonso, Tomás Morales, Alden Knight, Mirta Medina,
Litico Rodríguez, Asseneh Rodríguez, Nereyda Naranjo, Olivia Belizaire,
Zoa Fernández y el mexicano Alfonso Arau, entre muchos otros.

A mediados de 1978, el TMH fue reconstituido y pasó a tener su sede fija
en Consulado y Virtudes. La dirección general fue encomendada a Héctor
Quintero, quien había ocupado ese puesto durante los dos últimos años de
la etapa anterior. En un informe sobre los diez años en los que estuvo
al frente del TMH, publicado en el n. 16-17 de la revista Indagación,
Quintero anota que el grupo incursionó "en los diferentes estilos del
teatro musical, tal y como podemos considerar comedias, dramas y
revistas musicales, piezas del teatro vernáculo cubano, variedades,
zarzuelas, óperas rock, recitales, conciertos y muestras unipersonales".
En los escenarios de la sala grande (850 lunetas) y el salón Alhambra,
con capacidad para un promedio de 80 a 100 espectadores, se presentaron
montajes como Lo musical, Roda Viva, La Fornés en el Musical, Decamerón,
Esto no tiene nombre, Mi bella dama, Vida y muerte severina, En el viejo
varietés, Pachencho vivo o muerto, La verdadera historia de Pedro
Navaja, Chorrito de gentesss, El amor no es un sueño de verano. En
total, fueron vistos por 649.829 personas, cifra a la que hay que
agregar las de las 11 giras nacionales y las representaciones en la
extinta República Democrática Alemana. Entre los artistas que trabajaron
en el TMH en esa segunda etapa, estuvieron Alicia Bustamante, Zenia
Marabal, Nelson Dorr, Mario Aguirre, José Milián, Tomás Morales, Jesús
Gregorio, Gladys González, Zoa Fernández, Iván Tenorio, Mikel Sánchez.

En 1988, Quintero dejó la dirección general del grupo. Un año después,
el teatro fue cerrado temporalmente por los bomberos, debido a un
problema en la instalación eléctrica, y hasta ahora permanece en
idéntica situación.

Raúl Daniel, estudiante del Instituto Superior de Arte, en la Facultad
de Artes de los Medios de la Comunicación Audiovisual, ha realizado un
documental de 25 minutos que indaga en las razones que llevaron al
cierre del TMH. Lo tituló Nadie sabe qué pasó, y en él ha recogido los
testimonios de cuatro teatristas que, además de tener desde mucho antes
vínculos con esa manifestación, tuvieron una importante participación en
la segunda etapa del grupo. Son los dramaturgos y directores Héctor
Quintero y José Milián, la actriz Zenia Marabal y el director Nelson Dorr.

El documental comienza con una escena del filme La bella del Alhambra,
en la cual se ve a Beatriz Valdés cuando interpreta un número musical.
Esas imágenes se alternan con otras que muestran el estado actual de lo
que fue el TMH. Eso da paso a los primeros testimonios, en los cuales
los entrevistados se refieren a sus inicios en esa manifestación. Zenia
Marabal comenta que empezó a trabajar en ella en los años 40. E incluso
recuerda que en ese mismo sitio, cuando era Teatro Alcázar, actuó en
vodeviles musicales con Mario Martínez Casado. Héctor Quintero cuenta
que su primer acercamiento se produjo cuando, "con esa osadía de la
juventud", compuso la música para la obra Pato Macho (1966), de su
colega Ignacio Gutiérrez. Un par de años después escribió y dirigió con
el TMH Los siete pecados capitales, y en 1971 repitió con Los muñecones
y Lo musical. Nelson Dorr cuenta que comenzó a hacer teatro musical
desde el inicio de su trayectoria artística, y expresa que eso le
permitió sentir el pálpito del público y comprobar su satisfacción con
ese tipo de espectáculos. Por su parte, José Milián apunta que cuando
empezó a escribir teatro, y sin que él supiera por qué, "los personajes
de pronto cantaban una canción o bailaban". Agrega que ya después,
cuando estudió en el Seminario de Dramaturgia, comprendió que él
necesitaba ese momento musical para decir algo que no podía expresar con
palabras.

Quintero y Marabal pasan después a hablar sobre las especificidades y
exigencias del teatro musical. El primero lo define como "el compendio
más complejo de todas las especialidades de las artes escénicas. De ahí
que lo considere como altamente exigente en términos de elaboración
artística (…) Hay que actuar, bailar y cantar y por lo menos de las
tres, dos de esas manifestaciones hay que hacerlas bien, aunque la
tercera sea un poco como un adorno". Debido a eso, es, comenta Marabal,
"un género que no todo el mundo puede hacer, por la sencilla razón de
que hay que hacer muchas cosas. Y no todos los actores y actrices tienen
esa posibilidad".

El teatro que más dinero recaudaba en taquilla

Ese tema da pie para que los entrevistados pasen a describir lo que era
un día habitual en el TMH. Todos coinciden en que era una jornada de
mucho trabajo. Por las mañanas, los integrantes del elenco recibían, de
martes a sábado, clases de ballet, danza, pantomima, actuación, canto,
además de Filosofía Marxista (este dato no se menciona en el documental,
sino que lo he tomado del informe de Quintero que antes cité). Después
de un breve descanso para almorzar, empezaban los ensayos de los
próximos estrenos y, alrededor de las 4 de la tarde, se repasaban
aspectos a corregir en los montajes que se estaban presentando en ese
momento, a partir de las notas que el director había tomado durante las
funciones. Tras eso, los actores se retiraban a comer algo y al
regresar, comenzaban a maquillarse para la presentación de esa noche.
Terminaban alrededor de las 12 o 12:30 de la noche. Eso lleva a Milián a
comentar: "Yo no entiendo cómo lográbamos hacer tantas cosas en un día".
A lo cual Marabal acota: "Pero era un día feliz".

Milián recuerda que el TMH mantenía a los demás grupos que entonces
existían en la capital, pues de todos era el que más dinero recaudaba en
taquilla. Quintero se refiere a la programación, que abarcaba de martes
a jueves, en el salón Alhambra, y de viernes a domingo, en la sala
grande. Y expresa: "Nos satisface extraordinariamente recordar cómo
logramos el lleno absoluto en ambos espacios a lo largo de años. Se
trabajaba de una manera incesante, con la vitalidad que da la juventud,
y que yo, en mi caso personal, ya no podría repetir".

En la pantalla aparece una interrogación, ¿Por qué se cerró?, tras la
cual los entrevistados tratan de dar respuesta a algo difícilmente
explicable. Milián comienza por desmentir la parte de culpa que se le ha
querido adjudicar, y que afirma de ningún modo él acepta. De acuerdo a
eso, su salida afectó la estabilidad del TMH, pues lo siguieron algunas
de las figuras del elenco para incorporarse al Pequeño Teatro de La
Habana, el proyecto creado por él. Su argumento para refutarlo es que
esas figuras se limitaron a tres o cuatro. La gran mayoría continuó en
el TMH, lo mismo que el coro y la orquesta.

Quintero, por su parte, comenta que cuando decidió dejar la dirección
general, lo hizo por agotamiento, por estrés y por problemas de índole
personal. Asimismo apunta que cree firmemente en "la eficiencia de las
cabezas", y en ese sentido admite que se equivocó al proponer para que
lo sustituyese a una persona que no era la idónea para desempeñar esa
responsabilidad. El resultado fue que un año después, el local de
Consulado y Virtudes se enfrentó a lo que iba a ser un cierre temporal,
y que se ha prolongado hasta hoy. Dorr primero y Marabal después,
trataron de mantener vivo el elenco, pero debieron hacerlo con las
dificultades casi insalvables que significa no contar con una sede fija.

Dorr es quien revela la causa que motivó la clausura del teatro.
Aparentemente, todo se debió a tres cables del sistema que conduce la
electricidad al escenario. Requerían ser cubiertos, y a falta del
material necesario para ello, se utilizó tape. Algo inadmisible de
acuerdo a las normas de seguridad de los bomberos, que dispusieron el
cierre del inmueble hasta que el problema se solucionara. ¿Tan difícil
era que eso se hiciese? Por lo que se ve, sí lo era, pues al cabo de dos
décadas y pico sigue sin resolverse, con el añadido de los estragos
causados por tantos años de desidia y abandono.

Marabal señala la verdadera causa de lo sucedido con el TMH: "Lo cerró
alguien sin razón ninguna, alguien que ya no está entre nosotros. Pero
me parece que fue injusto lo que hizo, porque tanto esa persona como
muchas otras de la época, y actualmente también, son un poco enemigas
del género". Dorr critica a quienes asistieron con indiferencia al
cierre del teatro, y comenta que se debe a la concepción de que el
"teatro metatranca" es el mejor. Con esa expresión se refiere a un
teatro en el cual no se entiende nada, y en el que mientras más se
retuerzan los actores y menos texto digan, "porque no tienen ni dicción
para decirlo", más intelectual se le considera. Y corrige:
"Intelectualoide, diría yo". Milián va un poco más allá y nombra las
causas por su nombre: negligencia, prejuicios, incomprensiones. Coincide
con él Quintero, para quien la subestimación del teatro musical
perjudicó mucho al grupo, pues esa actitud, según él, se extiende a las
esferas especializadas. Al igual que Milián, rechaza la idea de que es
una manifestación frívola, y precisa: "El teatro musical por lo general
es un género de alegría, pero no siempre. Lo que nosotros hacíamos tenía
que ver con lo festivo. Pero y si así fuera, ¿por qué no? Qué cosa más
hermosa que darle al ser humano que acude al teatro como espectador,
alegría, felicidad, belleza".

¿Dónde están los artistas del TMH? "Andan diseminados entre otras
manifestaciones y el olvido", responde Quintero. Y Milián: "Perdidos.
Algunos se fueron del país. Otros se han muerto. Otros han envejecido,
ya no se puede contar con ellos". A lo cual, Dorr añade: "Otros se
fueron a sus casas. Hay una que tira las cartas y vive de ello. Es
cartomántica". Por eso, ante la pregunta de qué le diría a los
teatristas jóvenes para animarlos a hacer teatro musical, Milián
contesta, con justificado escepticismo: "¿Cómo, dónde, con quién?".

En los minutos finales del documental, los testimoniantes se refieren a
la importancia que tiene en un país como el nuestro la existencia de una
compañía y un teatro dedicados al teatro musical. Quintero argumenta que
ese género "tiene mucho que ver con la identidad nacional y además está
en el gusto de nuestra población". Dorr afirma que siempre ha
considerado que es la forma más directa, más intensa y más cubana de
llegar a nuestro público. Milián es, una vez más, el más contundente al
expresar su opinión: lo insólito es que a más de cincuenta años de
revolución, "a nadie se la haya ocurrido que hay que tener un Teatro
Musical, igual que tenemos un Ballet Nacional de Cuba y un Conjunto
Folclórico Nacional".

Aparte de las entrevistas a Zenia Marabal, Héctor Quintero, Nelson Dorr
y José Milián, que constituyen el eje central del filme, Raúl Daniel
incluyó fotos y escenas de obras. En esas imágenes se pueden ver, entre
otros, a Zoa Fernández, Asseneh Rodríguez, Mario Aguirre, Luis
Castellanos, Litico Rodríguez, María de los Ángeles Santana, Carlos
Moctezuma. Solo es de lamentar que aparezcan sin identificar, pues no se
indican los nombres de los artistas, ni tampoco el título de las obras.
Por lo demás, es de recibo agradecer a Raúl Daniel y su sus
colaboradores (Yuri Boza, edición; Ernesto Herrera, fotografía) por este
meritorio y útil trabajo. Su documental viene a recordarnos que en La
Habana hubo una vez un Teatro Musical y que hasta hoy nadie sabe por qué
fue cerrado.

http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/hubo-una-vez-en-la-habana-un-teatro-musical-273826

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