Sunday, February 12, 2012

Hay que comer

Sociedad

Hay que comer
Jorge Enrique Lage
La Habana 12-02-2012 - 7:48 am.

1.940 kilocalorías y 48 gramos de proteína al día. Un libro publicado en
Cuba recoge testimonios del hambre durante el Período Especial.

Mercado agropecuario, La Habana, enero de 2012. (AP)

"Del Período Especial no he olvidado el Hambre". Así inicia el crítico
Dean Luis Reyes su evocación de aquella etapa terrible, en uno de los
textos que integran el volumen No hay que llorar (Ediciones La Memoria,
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2011). "El Hambre
como angustia, locura casi, que te arroja a los deseos más primarios y
oscuros..."

Vienen bien las mayúsculas. El Hambre, elemento recurrente en estos
testimonios reunidos por el poeta Arístides Vega Chapú, ha desbordado lo
que se conoce como Período Especial para adquirir cierto matiz
trascendente en nuestra cultura. Es una de las tantas ideas fijas o
Ideas que informan sobre lo cubano, sobre lo insular, más allá del paso
de los años.

Y aunque está claro que este asunto no empezó en los 90, los años
críticos son la clave para entender (si hay algo que entender). En No
hay que llorar una treintena de intelectuales, la mayoría escritores,
hablan sobre un punto de no retorno en la memoria colectiva cubana.

"Si estás enfermo, hambriento, acosado, entonces vales menos que un
perro. Fui un perro." Es la voz de ultratumba de Guillermo Vidal. "Una
tarde me sorprendí mirando los gorriones en los parques de Miramar. Esa
vez no quería convertir aquel vuelo profundo en escritura poética.
Imaginaba una sopa humeante, un fricasé, un arroz con gorriones..." Es
Agustín Labrada, quien desde México recuerda las matanzas de gorriones
que protagonizaron los chinos. Y así, página tras página. La regresión
al salvajismo se impuso en la Isla de múltiples maneras.

Carlos Esquivel vio a un niño cocinando una rana en un sartén. Reinaldo
Montero comía cuanto se le pusiera delante, porque no sabía cuándo
volvería a comer. El Yoss cazaba gatos en las azoteas, y luego de
despellejarlos le explicaba a su madre que eran conejos que le resolvían
en la Facultad de Biología (tengo la impresión de que, bien urdidas, las
memorias de Yoss serían uno de los documentos más singulares de nuestra
historia reciente).

"La ingesta diaria de alimentos por habitante, en aquellos años, cayó a
su nivel más bajo: 1.940 kilocalorías y 48 gramos de proteína", apunta
el propio Vega Chapú citando un estudio. "Cuba regresó a una especie de
sociedad primitiva en el Período Especial", dice Jorge Ángel Hernández
en el prólogo del libro. Caben aquí un par de interrogantes. ¿Cuánto de
esa sociedad primitiva vive hoy, actualizada o en estado latente? ¿Y
cómo narrarla?

En los últimos años tal vez haya sido Ronaldo Menéndez el escritor que
más ha insistido en la temática del hambre. Su cuento "Menú insular"
juega a ser el Aleph —literalmente— de los cerdos criados en bañeras,
las cacerías de gatos y los alimentos perdidos (la civilización
perdida), pero a la postre pudiera ser incluido sin problemas en No hay
que llorar, junto a aquellos bistecs de toronja que rememoran Odette
Alonso y Manuel García Verdecia.

Algo falla en los mecanismos de la ficción —"Menú insular" es uno entre
muchos ejemplos que conforman casi un subgénero literario— cuando el
relato no plantea suficientes tensiones con el anecdotario del Período
Especial, el hambre hecha costumbrismo, el hambre volatilizada en el
folclore y sedimentada luego en el humor popular: desde el cuento del
avestruz robado del Zoológico al videíto de Pánfilo en Youtube.

Sin embargo, en una de sus novelas, creo que en Río Quibú, Ronaldo
Menéndez narra el tráfico de carne humana entre seres ocultos en la
maleza marginal habanera (en la que también, ojo, va a aparecer el
primer Burger King). Ya esto es otra cosa. Una frecuencia paralela a la
que sintoniza Víctor Hugo Pérez en sus recuerdos de una Nuevitas desolada:

"Algunas personas desaparecían, las malas lenguas afirmaban que se iban
para el Norte, para una vida mejor, pero el secreto me lo dijo la
viejecita que vendía colaítas de café en la esquina: No creas eso, mijo,
eso lo dice el gobierno para justificarse, se los llevan presos y los
matan, de allí sacan la carne para las hamburguesas que venden en El
Cuarentiña."

El cazador primitivo, el troglodita, el caníbal: figuras que constituyen
nuestra mejor herencia del Período Especial. A diferencia del balsero y
la jinetera y otros arquetipos de los 90, rápidamente normalizados,
ellos conservan intactos el filo y la mordida. Nunca se dejaron enmarcar
del todo en la foto realista.

El cazador primitivo, el troglodita y el caníbal que hoy viven bajo la
ropa o la piel del cubano, sea este pobre o rico, carnicero o dirigente.
El cubano como consumidor y un relato posible, tal vez el único relato
que valdrá la pena dentro de muy poco: aquel que desestabiliza las
correcciones políticas del consumo contemporáneo.

Hablemos, pues, una vez más, de calorías y de proteínas, de ingestas.
Hay cuentas pendientes; los escritores deben sacarlas. ¿Cómo? No tengo
idea. "Como si el corazón del capitalismo estuviese allí", titula
Francis Sánchez su testimonio recogido en No hay que llorar.

http://www.diariodecuba.com/cuba/9565-hay-que-comer

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