Wednesday, February 8, 2012

El otro Mariel

El otro Mariel

Los brasileños piensan en grande. Cuando el embargo sea historia, el
puerto del Mariel podría ser tan importante como el de Miami. Quizás más.

Iván García / Especial para martínoticias.com 08 de febrero de 2012

Hace casi 32 años, el viejo muelle del Mariel, a 45 kilómetros al oeste
de La Habana, era una marea de cubanos de la Florida en short, mascando
chiclet y tomando cerveza.

En una noche, el gobierno de Fidel Castro había montado decenas de
timbiriches para la venta, a precio de oro, de pizzas, pollo frito y
ron, a los compatriotas que venían en sus yates y lanchas de motores a
recoger a sus familiares en Cuba.

Hagamos historia. El 1 de abril de 1980, el soldado Pedro Ortiz Cabrera
murió en fuego cruzado de sus propios compañeros que protegían la
Embajada del Perú, en la barriada de Miramar, intentando impedir la
entrada como una tromba de un ómnibus robado con pasajeros que buscaban
asilo en la sede diplomática.

Por esa época, se había convertido en una moda entrar a la fuerza en
sedes diplomáticas situadas en la capital, en busca de asilo político.
Entre el desespero y la angustia, miles de cubanos decidieron no seguir
la mascarada de los panegíricos de Fidel Castro, el sofisma y la
existencia espartana.

Cansados de aplaudir y de que sus vidas fueran manipuladas como si
fuesen monigotes, cientos de miles de cubanos dijeron 'hasta aquí'. En
un error de cálculo político, Castro ordenó quitar la protección
policial a la Embajada de Perú.

En horas, la marea humana desbordó el recinto. Asombrado como los
"heroicos compañeros revolucionarios" saltaban las verjas, el comandante
único decidió virar la tortilla.

Y para maquillar el desastre de una revolución que comenzaba a hacer
aguas, con la gente 'votando con los pies', huyendo en manada, Castro
puso en marcha su eficiente aparato de propaganda.

A partir de entonces, quienes deseaban vivir en libertad, eran
etiquetados de 'escorias'. Por decreto oficial, delincuentes peligrosos
y dementes incurables fueron insertados entre los que emigraban, y poder
demostrar ante el mundo que a Estados Unidos se marchaba lo peor de la
sociedad cubana.

1980 fue un año duro. Miles de cubanos juraban ante oficiales de
inmigración ser gays o prostitutas, que les permitiera obtener el
salvoconducto que los librara de un sistema estrafalario de ordeno y mando.

Para facilitar el trasiego hacia la Florida se habilitó el Puerto del
Mariel. 125 mil cubanos embarcaron por la dársena del minúsculo pueblo
marino, con olor a salitre y polvo de cemento arrojado por las chimeneas
de la fábrica enclavada en el lugar.

Justo en 1980, en esa bahía de aguas profundas, la revolución verde
olivo comenzó a remar contracorriente. Yo tenía 15 años. Y recuerdo,
cómo olvidarlo, la andanada de piedras y bolsas de mierda tiradas a la
casa del profesor de literatura de la secundaria Tomas A. Edison, quien
se había alistado entre los emigrantes. Era mi maestro preferido y me
escabullí para no participar, en ésa ni en otras 'convocatorias
revolucionarias'.

A diario, los estudiantes, en son de pachanga, iban a los domicilios de
vecinos de los alrededores que decidían marcharse, a gritarles
improperios y lanzarles huevos. Hubo golpizas. Así comenzaron, por toda
la isla, los bochornosos actos de repudio. Linchamientos verbales de
corte fascista y que 32 años después, el gobierno "más democrático del
planeta" sigue realizando contra sus opositores.

En esa misma rada habilitada a la carrera para embarcar la 'escoria' y
buscar divisas por la venta de sandwiches y cervezas, Brasil está
invirtiendo 643 millones de dólares -de un total de 900- para
convertirla en una ensenada de primera.

Los brasileños piensan en grande. Cuando el embargo sea historia, el
puerto del Mariel podría ser tan importante como el de Miami. Quizás más.

Con un parque para 3 millones de contenedores; un área de maquiladoras
donde la gente trabajará por dos dólares al día, o menos, y una zona
franca de mercancías que se distribuirán en el resto del Caribe. Una
propuesta atractiva para los inversores del gigante sudamericano.

Quizás el pueblito de calles estrechas, olor a salitre y cemento se
transforme en una ciudad satélite moderna. El negocio sería mejor si los
empresarios brasileños plantaran cara y le exigieran al gobierno del
General Raúl Castro que a los obreros y empleados nacionales, les
pagaran el 80% del salario que ellos ingresan al Estado cubano.

En sus países, los capitalistas de sociedades democráticas como Brasil,
se consideran 'políticamente correctos' en materia derechos humanos y
libertades, pero a la hora de invertir en países autocráticos como Cuba
o China, esos mismos capitalistas, viran la cara al otro lado. Y a
cambio de obtener grandes beneficios, les importa un bledo que a los
trabajadores que laboran para ellos, el Estado les robe el 95% de su
salario.

El Brasil de Dilma Rousseff daría un buen ejemplo si para el 2013,
cuando se abran las operaciones por el Puerto del Mariel, llegara a un
acuerdo con Raúl Castro, de no explotar a los operarios como si fuesen
esclavos modernos. Pero eso está por ver.

Lo que ya es real es la transformación en el viejo muelle del Mariel.
Desde allí, hace casi 32 años, 125 mil cubanos decidieron emigrar hacia
una nación libre. Se les conoce como 'los marielitos'.

Precisamente ese puerto, donde en 1980 a toda hora mantuvieron altavoces
con himnos socialistas y consignas oficiales, en un futuro cercano, será
la principal baza del capitalismo de los hermanos Castro. Paradojas de
la revolución.

El otro Mariel

Hace casi 32 años, el viejo muelle del Mariel, a 45 kilómetros al oeste
de La Habana, era una marea de cubanos de la Florida en short, mascando
chiclet y tomando cerveza.

En una noche, el gobierno de Fidel Castro había montado decenas de
timbiriches para la venta, a precio de oro, de pizzas, pollo frito y
ron, a los compatriotas que venían en sus yates y lanchas de motores a
recoger a sus familiares en Cuba.

Hagamos historia. El 1 de abril de 1980, el soldado Pedro Ortiz Cabrera
murió en fuego cruzado de sus propios compañeros que protegían la
Embajada del Perú, en la barriada de Miramar, intentando impedir la
entrada como una tromba de un ómnibus robado con pasajeros que buscaban
asilo en la sede diplomática.

Por esa época, se había convertido en una moda entrar a la fuerza en
sedes diplomáticas situadas en la capital, en busca de asilo político.
Entre el desespero y la angustia, miles de cubanos decidieron no seguir
la mascarada de los panegíricos de Fidel Castro, el sofisma y la
existencia espartana.

Cansados de aplaudir y de que sus vidas fueran manipuladas como si
fuesen monigotes, cientos de miles de cubanos dijeron 'hasta aquí'. En
un error de cálculo político, Castro ordenó quitar la protección
policial a la Embajada de Perú.

En horas, la marea humana desbordó el recinto. Asombrado como los
"heroicos compañeros revolucionarios" saltaban las verjas, el comandante
único decidió virar la tortilla.

Y para maquillar el desastre de una revolución que comenzaba a hacer
aguas, con la gente 'votando con los pies', huyendo en manada, Castro
puso en marcha su eficiente aparato de propaganda.

A partir de entonces, quienes deseaban vivir en libertad, eran
etiquetados de 'escorias'. Por decreto oficial, delincuentes peligrosos
y dementes incurables fueron insertados entre los que emigraban, y poder
demostrar ante el mundo que a Estados Unidos se marchaba lo peor de la
sociedad cubana.

1980 fue un año duro. Miles de cubanos juraban ante oficiales de
inmigración ser gays o prostitutas, que les permitiera obtener el
salvoconducto que los librara de un sistema estrafalario de ordeno y mando.

Para facilitar el trasiego hacia la Florida se habilitó el Puerto del
Mariel. 125 mil cubanos embarcaron por la dársena del minúsculo pueblo
marino, con olor a salitre y polvo de cemento arrojado por las chimeneas
de la fábrica enclavada en el lugar.

Justo en 1980, en esa bahía de aguas profundas, la revolución verde
olivo comenzó a remar contracorriente. Yo tenía 15 años. Y recuerdo,
cómo olvidarlo, la andanada de piedras y bolsas de mierda tiradas a la
casa del profesor de literatura de la secundaria Tomas A. Edison, quien
se había alistado entre los emigrantes. Era mi maestro preferido y me
escabullí para no participar, en ésa ni en otras 'convocatorias
revolucionarias'.

A diario, los estudiantes, en son de pachanga, iban a los domicilios de
vecinos de los alrededores que decidían marcharse, a gritarles
improperios y lanzarles huevos. Hubo golpizas. Así comenzaron, por toda
la isla, los bochornosos actos de repudio. Linchamientos verbales de
corte fascista y que 32 años después, el gobierno "más democrático del
planeta" sigue realizando contra sus opositores.

En esa misma rada habilitada a la carrera para embarcar la 'escoria' y
buscar divisas por la venta de sandwiches y cervezas, Brasil está
invirtiendo 643 millones de dólares -de un total de 900- para
convertirla en una ensenada de primera.

Los brasileños piensan en grande. Cuando el embargo sea historia, el
puerto del Mariel podría ser tan importante como el de Miami. Quizás más.

Con un parque para 3 millones de contenedores; un área de maquiladoras
donde la gente trabajará por dos dólares al día, o menos, y una zona
franca de mercancías que se distribuirán en el resto del Caribe. Una
propuesta atractiva para los inversores del gigante sudamericano.

Quizás el pueblito de calles estrechas, olor a salitre y cemento se
transforme en una ciudad satélite moderna. El negocio sería mejor si los
empresarios brasileños plantaran cara y le exigieran al gobierno del
General Raúl Castro que a los obreros y empleados nacionales, les
pagaran el 80% del salario que ellos ingresan al Estado cubano.

En sus países, los capitalistas de sociedades democráticas como Brasil,
se consideran 'políticamente correctos' en materia derechos humanos y
libertades, pero a la hora de invertir en países autocráticos como Cuba
o China, esos mismos capitalistas, viran la cara al otro lado. Y a
cambio de obtener grandes beneficios, les importa un bledo que a los
trabajadores que laboran para ellos, el Estado les robe el 95% de su
salario.

El Brasil de Dilma Rousseff daría un buen ejemplo si para el 2013,
cuando se abran las operaciones por el Puerto del Mariel, llegara a un
acuerdo con Raúl Castro, de no explotar a los operarios como si fuesen
esclavos modernos. Pero eso está por ver.

Lo que ya es real es la transformación en el viejo muelle del Mariel.
Desde allí, hace casi 32 años, 125 mil cubanos decidieron emigrar hacia
una nación libre. Se les conoce como 'los marielitos'.

Precisamente ese puerto, donde en 1980 a toda hora mantuvieron altavoces
con himnos socialistas y consignas oficiales, en un futuro cercano, será
la principal baza del capitalismo de los hermanos Castro. Paradojas de
la revolución.

http://www.martinoticias.com/noticias/El-otro-Mariel-138959754.html

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